Alas para un mundo nuevo

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Por: Virgilio González G.

Integrante Eje Literario

Alguien olvidó cerrar las celosías y entonces entré. Lo intenté varias veces; mi vuelo despistado hace que me estrelle torpemente contra los cristales. Últimamente se me ha hecho más difícil volar; un viento fuerte y fresco ha invadido el entorno y es casi un suicidio enfrentarlo. El mundo está irreconocible: hay un silencio de muerte que entristece estas calles, el sol no produce sombras de vida y el cielo se ve como recién hecho. La vida se ha reducido a todo lo que vuela: pájaros de todo tipo abarrotan los cables de energía y parecen sugerir pentagramas, los colibríes endulzan el pico en flores de plástico que cuelgan de los dinteles y hasta gavilanes sobrevuelan los árboles al acecho de nidos desamparados.

Vengo de ver allá afuera algunos hombres que piden pan en tono de súplica y uno que otro que va por ahí, solitario y sombrío, arrastrado por un perro ansioso que le marca el camino. Lo curioso es que el perro le ha entregado su bozal al amo; me aterra pensar que alguna peste los esté vulnerando. Al fin y al cabo, y a pesar de todo, necesitamos convivir con el pálido “Rey de la Creación”.

Curiosa, me dispuse descifrar el enigma. Como solemos hacerlo las mariposas, me posé en un lugar estratégico de la casa a ver qué pasaba por esos rincones, si se delataba algún signo de vida. Desde la moldura de una columna vi una ventana abierta que a retazos dejaba ver la ciudad, entrecortada por la fronda de los árboles. Una luz cálida y amarilla iluminaba a un hombre mayor que, sentado en una silla cercana a la ventana, leía un libro grueso. La luz parecía enfocarse exclusivamente en él; varios rayitos finos y polvorientos daban la impresión de suministrarle la energía necesaria para vivir. Se oía permanentemente una música suave que invadía todo el entorno, combinada con un irresistible aroma de café. Recurrentemente, antes de voltear cada página, el hombre miraba hacia la ventana con un gesto melancólico; daba la impresión de escaparse al menos con su mirada, desdoblarse imaginariamente como un presidiario hambriento de libertad. De pronto, apareció súbitamente una mujer que me señaló sobresaltada. No sé cómo me descubrió, seguramente ha desarrollado un fino sentido para detectar la presencia de cualquier bicho indeseable. Después miró al hombre del libro y lo sacudió de su silla con apremio:

–     ¿No la has visto? ¡Sácala, por favor, sácala! Todo el mundo está diciendo que por estos días hay evitar cualquier cosa que venga de afuera.

Me quedé petrificada en el capitel; sentí que era el final. La ventana estaba lejos de mí y alcanzarla era una muerte segura. Entonces, el hombre cerró su mamotreto a regañadientes y fue acercándoseme sigiloso con un trapo blanco en sus manos. Instintivamente paré mis antenas y enrollé mi probóscide en actitud de alerta. Soñé que en el último momento el hombre me perdonaría la vida, deslumbrado por mis alas de vitral y esa imagen de libertad que él mismo me ha atribuido a través de la historia. Por fortuna no iba vestida de negro para inspirar presagios de muerte. En un santiamén, aventó el trapo sobre mí y quedé envuelta en él sin poder moverme. Al instante oí sus pasos sin saber cuál sería mi destino.

De pronto abrió sus manos y me vi libre. El hombre acercó su boca a mis alas y sopló fuerte sobre ellas como tratando de impulsar mi vuelo. Me arrojó al vacío y volé con torpeza después de mi largo letargo en el interior de la casa. De nuevo el viento fuerte y fresco a pesar de un sol radiante, de

nuevo la soledad de las calles, de nuevo los pájaros urbanos apoderados de todo el espacio. Desde una pared del edificio miré hacia la ventana y vi al hombre de la casa que al lado de su mujer miraba ansioso al horizonte.

Cuando llegó la oscuridad, crucé de nuevo, frágil y errática, el aire frio y torrentoso de estos días, hasta posarme en la rama de un árbol vecino. Me sorprendió ver que de sus hojas colgaba un ejército de crisálidas como estalactitas verdes. Y, entre la alegría y el temor, pensé que esa imagen era la antesala de un mundo nuevo.

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