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“Perdí a un hijo, pero gané un ángel en el cielo”: Leticia Colorado

Seguramente hoy será un Día de la Madre muy triste para doña Leticia Colorado, pues hace tan solo nueve días perdió a uno de sus grandes amores, ese hombre que era tan distinto a sus demás hijos, pero tan único, Andrés Felipe Vargas Colorado, quien tras dos meses de estar hospitalizado, el pasado primero de mayo sucumbió en su batalla contra la leucemia y falleció en un centro médico de la capital risaraldense.

El 28 de febrero de 2020 ingresó a la unidad y jamás regresó a su hogar, el cáncer en la sangre que padeció deterioró no solo su salud física sino la mental, desde ese día, según la mamá, disfruta de la vida eterna al lado de Dios y en compañía de su hermanita Naila Tatiana, quien partió en el año 1997.

“Él venía presentando palidez, dormía mucho, comía poco, ardido de fiebre, estaba muy desmejorado, ya casi no se levantaba de la cama, y cuando lo llevamos al hospital se nos desmadejó tres veces. El miércoles 26 de febrero lo llevé al hospital, le mandaron unos exámenes, el jueves se los hicimos, y el viernes que debíamos llevarlo de urgencia a la clínica porque los resultados no eran alentadores. Cuando llegamos, el médico nos dijo que tenía leucemia aguda, fue una noticia muy difícil de asimilar”, manifestó Leticia Colorado.

Fue feliz

Por cerca de seis años, Andresito como lo llamaban sus profesoras, quien nació con Síndrome de Down, hizo parte del Programa de Atención a la Discapacidad al que llegó de la mano de la mamá que a lo largo de sus 25 años se convirtió en su ángel de la guarda, desde entonces el cambio en su diario vivir fue notorio, pues pasó de tener que ser ayudado en casi todas las actividades, a adquirir un grado de independencia que le permitía sentirse útil y parte fundamental de la familia.
Aunque nació con capacidades especiales, siempre fue el centro de atención del hogar conformado por Jesús Vargas y Leticia Colorado. Su limitación física jamás fue impedimento para demostrarles a sus padres y sus seis hermanos lo mucho que los quería.

“Él ingresó al Programa de Atención a la Discapacidad cuando tenía 19 años, y de inmediato se le notó el cambio anímico y físico, mejoró mucho porque casi no se podía valer por sí mismo, había que vestirlo, darle de comer. Pero después de entrar a Comfamiliar comenzó a soltar más, empezó a ser muy feliz en las actividades que le hacían, especialmente cuando lo llevaba a piscina”, acotó la orgullosa madre.

Y añadió: “de por vida estaré muy agradecida con Comfamiliar Risaralda, entidad que nos ha brindado gran apoyo y ha sido de mucha ayuda. Las profesoras, los administrativos y en general todos los funcionarios han sido muy buenas personas con nosotros. Mientras el niño estuvo en el PAD nos dieron el complemento nutricional, el subsidio, y mucho bienestar para él”.
Aunque la pérdida de un hijo no tiene reparación, doña Leticia está tranquila porque su ser amado, quien padeció por varios meses, ya está descansando como ella se lo suplicó a Dios en aquellos momentos de dolor y tristeza cuando veía a su niño postrado en una cama y conectado a los dispositivos médicos por el sufrimiento de su niño, como siempre lo llamó aunque no era el menor de sus hermanos.

“Al verlo en la clínica conectado a esas máquinas, le pedía mucho a Dios que no me padeciera dolores, eso es muy horrible y mi niño estaba sufriendo mucho. Aunque sé que nunca lo voy a superar y siempre lo voy a extrañar, sí sé que aunque perdí a mi hijo, gané un ángel en el cielo que estará cuidando de la familia”, concluyó doña Leticia.

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